Un cuchillo encima de la mesa de la
cocina apunta a la tragedia, convoca a la sangre, al ritual del caníbal. Recoge
en su hoja la luz perdida que se cuela por la ventana de cristales sucios y
desestabiliza el fatalismo del anciano, satisface el resentimiento del
humillado y embauca con su brillo la inocencia destronada del niño. Un
cuchillo, él solo, sobre la mesa de la cocina es capaz de perturbar al más
cuerdo, de recordarnos que la ira duerme a nuestro lado después de hacernos el
amor. Un cuchillo es un cuchillo, incluso aunque quieras hacer poesía o seas
carnicero de vocación. Un cuchillo es como las ideas que flotan libres sin
necesidad de ser pensadas. Platón las desenmascaró. Están ahí y quieren
atacarnos. El cuchillo ha nacido para degollar la serenidad de la cocina. Todos
somos conscientes de cómo nos llama a gritos cuando los humores se tuercen.
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