sábado, 10 de junio de 2017

Grafía del porno y compañía.



            No sabe igual la infidelidad que la monogamia, ni juega en la misma división la zoofilia que la antropofagia. La calidad de las mamadas no depende de la saliva tanto como de la postura sometida del chupón. No es lo mismo de frente que de espaldas, ni la penetración por su conducto tradicional que por el orificio sodomita. El acato también es un atractivo para ciertas prácticas. Un poema supuestamente estético y por lo tanto ético, huye de los mocos del placer cárnico. Pero sin pornografía no se entiende al hombre moderno. De un polvo vienes y en polvo te convertirás. La exploración de los límites sexuales es una actividad demasiado generalizada para obviarla con códigos penales. Nuestros cuerpos se reivindican en el dolor que gusta, en el incesto que se niega, en la fornicación pública, en el fetichismo del coleccionista, en los juguetes de plástico que nos acompañan, en las orgías de salón con olor a miseria, en la infecunda y transitoria realización de depravadas fantasías. La pornografía mata la imaginación convirtiéndola en realidad satisfecha. Qué sabe el amor de todo esto, cómo sobrevive entre tanto pedregal, es algo que sigue siendo una incógnita. 


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