Tenemos facilidad para juntarnos. Si
hay música, si los actores se mueven por un escenario, si proyectan una mentira
o hay una presentación del libro impresentable, si se da una conferencia en día
de lluvia o juega el equipo de la ciudad, nos juntamos. En las puertas de los
grandes almacenes cuando dicen que rebajan lo que antes subieron, la caterva se
codea con ímpetus corporativos. En algunos países se casan a la vez cientos de
parejas aprovechando alguna fecha significativa, algún eclipse, o las palabras
de un predicador tan sicótico como seductor. En otros sitios se suicidan en
grupo para traspasar el umbral del paraíso cogidos de la mano y del cuello. El
grupo nos protege de nosotros mismos y una fuerza independiente parece tirar de
los individuos. Programación de serie. Obtusos, vemos una verja y sabemos que
nos reta a ser traspasada. Un mensaje y se citan miles de personas. Una
explanada y necesitamos llenarla. Un apagón, y la jodienda se contagia tras las
ventanas. Cuando alguien quiere manifestar su desesperación dice que se siente
solo. Las procesiones, los caminos de peregrinos, las urnas, las travesías, las
plazas, las cárceles nos sirven para formar racimo. Hoy nos manifestamos por la
paz, mañana por la guerra. Hoy saltamos hogueras, mañana apagamos fuegos.
¿Vienes? Vamos.
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